La agresividad, de las pulsiones así como las pulsiones sexuales,
ontogenéticas de origen filogenético

Pierre Codoni

Cuando me han comunicado el argumento de estas Jornadas de Estudio de Lyon, me he preguntado porque después del "Dormir-Soñar" del Simposium de Turín (1994), no han escogido la sexualidad antes de abordar la agresividad. Después, en el transcurso de la perelaboración, me pareció que era mejor así, ya que el psicoanálisis freudiano no reconocía la especificidad de una pulsión agresiva mientras que la metapsicología micropsicoanalítica subraya la primacía de la pulsión agresiva, define las pulsiones agresivas específicas de cada fase de la ontogénesis y muestra el apoyo constante de las pulsiones sexuales en las pulsiones agresivas a lo largo del desarrollo úteroinfantil.

Desde Freud, en efecto, siempre los psicoanalistas clásicos han tenido dificultad para concebir y para formular la agresividad en el marco de la metapsicologìa. Esta dificultad persiste aunque el concepto de agresividad sea con mucho el más utilizado: 1) debido a la extensión de la indicación del método psicoanalítico a patologías psíquicas, incluso psicosomáticas, en las cuales las pulsiones agresivas se manifiestan directamente: neurosis graves, en particular neurosis de carácter o de fracaso, neurosis con estructura esencialmente masoquista o narcisista, casos límite, depresiones con tendencia al suicidio, duelos insuperables, síndromes de culpabilidad, de pérdida de identidad, de aniquilación, toxicomanías... 2) bajo la influencia del psicoanálisis kleiniano, del conductismo, de la sociología, de la etología y de las neurociencias. Fanti fue el primero que formuló las bases coherentes de una teoría psicoanalítica de la agresividad a partir de una definición de la estructura del inconsciente que tiene en cuenta la totalidad psicobiológica de la energía y conlleva una reformulación del árbol pulsional.

En esta exposición, me atendré a la experiencia específicamente psicoanalítica de la agresividad, a sus manifestaciones sobre el diván para subrayar determinados aspectos metapsicológicos. De hecho, me parece que la aplicación del método psicoanalítico a fenómenos sociales o a observaciones de otras ciencias desborda el marco asociativo contenido manifiesto–contenido latente y que es a menudo la causa de errores o de confusiones debido al abuso de procedimientos analógicos. Sin embargo, el postulado que he formulado en mi estudio sobre "El sueño" (Micropsicoanálisis 1994) sigue intangible: si el procedimiento es científico, los procesos fundamentales deben de ser idénticos (y no solamente analógicos) en todas las disciplinas de investigación y sea cual sea la técnica de investigación utilizada: por procesos fundamentales, entiendo los que son inherentes a la energética elemental, proceden de ella directamente y participan ipso facto de su estructuración.
Mi exposición comprenderá cuatro partes:

  • I. La agresividad en Freud
  • II. La agresividad en los psicoanalistas freudianos
  • III. Las bases de una teoría psicoanalítica de la agresividad en Fanti
  • IV. La especificidad de la pulsión agresiva partiendo de mi modelo de objetos inconscientes.
I. La agresividad para Freud

A los analistas en formación o que hacen sus controles, a menudo les repito: si usted tiene un problema con el psicoanálisis, dudas con respecto a la práctica o acerca de un aspecto particular de la metapsicología, tenga el reflejo primero de dar la razón al psicoanálisis... después vuelva usted a Freud y siga en el texto de las obras completas (si es posible en alemán) la evolución del tema objeto de su problema.
Eso es lo que yo he hecho para preparar esta exposición: he releído todos los textos que tratan sobre la teoría de las pulsiones, y que de hecho constituyen el armazón de la obra freudiana. Volver a leer a Freud a fondo, es pasar por todos los estados de ánimo: de la curiosidad a la desesperación, de la inseguridad y de la incertidumbre al placer y a la serenidad que confieren los límites del conocimiento humano.
De manera general, se puede decir que Freud no considera la agresividad como un dato pulsional primario de la psicogénesis. Si se concreta más, se deben de distinguir dos tiempos en su obra: el antes y el después de 1920, fecha marcada por Más allá del principio del placer.

Antes de 1920, el término de agresividad no figura prácticamente en los escritos freudianos y el de pulsión de agresión no aparece más que por ser recusado cuando la publicación de Adler en 1908: La pulsión de agresión en la vida y en la neurosis. Freud rechaza la idea de una pulsión de agresión específica, tanto más cuanto que Adler la postula como algo principal que no se opone a la libido sino a una pluralidad de pulsiones de órgano que engloban la sexualidad. Así se expresa Freud en 1909, en Análisis de una fobia en un niño de cinco años ("El caso Juanito"): "Yo no puedo decidirme a admitir al lado de las pulsiones de autoconservación y de las pulsiones sexuales, que conocemos bien, y al mismo nivel que ellas, una pulsión de agresión particular". Esta toma de posición tajante choca sobre todo por el contexto en el que aparece: "El caso Juanito", que se presenta como una ilustración del polo agresivo de Edipo y de la castración. Se trata de una escotomización en el primer sentido del término, es decir de una "exclusión inconsciente de una realidad exterior del campo de la conciencia" (Petit Robert), lo que no significa más que una renegación de la realidad. Además, como si quisiese atenuar la vehemencia de su renegación (de la misma manera que se intenta corregir un lapsus o un acto fallido), Freud desarrolla su crítica y desvela así la dirección del contenido latente de su pensamiento: "Adler ha cometido un error al considerar, como hipóstasis de una pulsión especial, lo que es un atributo universal e indispensable de todas las pulsiones, justamente su carácter pulsional, impulsivo, que nosotros podemos describir como la capacidad de sacudir la motricidad". Así pues, Freud admite a su pesar que la agresividad forma parte del centro mismo de las pulsiones y corresponde a su característica esencial: el empuje. Se dará cuenta de esta esocotomización en 1932 en la cuarta de sus Nuevas conferencias sobre el psicoanálisis dedicada a la "Angustia de la vida instintiva": "¿Por qué nos ha costado tanto tiempo decidirnos a reconocer una pulsión agresiva? ¿Por qué hemos dudado tanto en utilizar, en la teoría, hechos tan claros y que eran para todos evidentes?" He aquí algunos ejemplos cronológicos de esta escotomización, de esta renegación de la pulsión agresiva de Freud.

En 1900, en el capítulo V de La interpretación de los sueños, a propósito del sueño tipo de "la muerte de personas queridas", Freud introduce el complejo de Edipo y expone las diferentes fases de la tragedia de Sófocles precisando que se desarrolla como "una revelación progresiva y muy bien mesurada, comparable a un psicoanálisis". Define a Edipo en términos perfectamente claros de deseos infantiles de incesto y de homicidio, precisando que perduran en el inconsciente del adulto. Sin embargo, mientras que los deseos incestuosos se inscriben naturalmente en la línea de la pulsión sexual, los deseos de homicidio se quedan sin línea pulsional específica. De hecho, no solamente Freud considera la rivalidad sexual como el único móvil de homicidio edípico sino que oculta totalmente el contenido parricida del oráculo inicial, el contenido infanticida del abandono en el Citerón y sobre todo el desprecio castrador de Layo en la encrucijada de caminos (volveré sobre esto en la cuarta parte de mi exposición). No es pues extraño que todas las definiciones freudianas del sueño traten de la realización camuflada de deseos sexuales y omitan la de deseos agresivos.

En 1905, en los Tres ensayos sobre la teoría sexual, Freud vuelve sobre la cuestión de la "crueldad originaria" del niño, evocada en 1897, y la relaciona con la pulsión de dominio descrita como una especie de prepulsión innata muy cercana a un instinto: pulsión esencialmente independiente de la sexualidad, que no incluye ni amor ni odio, inmediatamente dirigida sobre un objeto exterior que tiende a dominar por la fuerza pero sin tener como fin primario el sufrimiento de este. Esta hostilidad primitiva, esta violencia más bien defensiva y protectora de la supervivencia del niño constituye la base de las pulsiones de autoconservación sobre las que se apoyarán las pulsiones sexuales. Por lo tanto es solamente en un segundo tiempo, poniéndose al servicio de la sexualidad, erotizándose en libido, cuando la pulsión de dominio se convierte en una auténtica pulsión sádica. En la edición de 1915 de "Tres ensayos", Freud precisa el origen y la naturaleza biológica, somática de esta pulsión fundamental que correspondería al polo actividad de la pareja de opuestos actividad-pasividad y se ejercería por medio de la musculatura: precisión asombrosa por parte de Freud pero importante desde el punto de vista micropsicoanalítico pues indica claramente la raíz muy primaria (preanal), sináptica, de la función esfintérica.

En 1915, en Los instintos y sus destinos Freud postula la génesis distinta del odio y del amor y expone su primera tesis del sadomasoquismo. Numerosos psicoanalistas ven en este escrito, mucho más que en Más allá del principio del placer, las premisas metapsicológicas de una teoría de la agresividad. El odio (o la necesidad de destrucción, Freud no hace la distinción) no deriva de las pulsiones sexuales, como le sucede al amor, sino que encuentra su origen en las pulsiones de autoconservación, más concretamente en "las luchas del yo para mantenerse y afirmarse"; el odio nace de este componente no libidinal del yo que se opone fundamentalmente a las pulsiones sexuales; la ambivalencia amor-odio surge del dualismo pulsiones de autoconservación–pulsiones sexuales (tesis que será reforzada con la introducción de la dualidad de las pulsiones de vida– pulsiones de muerte). A propósito del sadomasoquismo, Freud da prioridad al sadismo, es decir, a las " pulsiones hostiles" dirigidas al exterior; el masoquismo, procede del sadismo por orientación hacia la propia persona y transformación en lo contrario (actividad-pasividad) de las pulsiones sádicas, ya sea porque no han podido descargarse sobre un objeto, o por la culpabilidad que generan. De hecho, como lo demuestra Laplanche en Vida y muerte en psicoanálisis, a lo que Freud llama aquí sadismo no es todavía sexual y corresponde a la pulsión de dominio; no es más que en un segundo tiempo, reflexiona, debido a la orientación hacia la propia persona y a la transformación en su contrario, es decir, con el masoquismo, cuando la pulsión adquiere su valor sexual; en cuanto al sadismo como pulsión sexual, supone una segunda orientación y una segunda transformación de la pulsión masoquista. Por último, en la interacción de la pareja de opuestos sadomasoquista, Freud subraya la importancia de la identificación al otro y la reversibilidad de las posiciones sádicas y masoquistas en el fantasma; esto le llevará a publicar en 1919, el análisis de la génesis de un fantasma sadomasoquista en Pegan a un niño.

En 1915 igualmente, Freud escribe un artículo titulado Reflexiones sobre la guerra y la muerte donde vuelve sobre determinados temas estudiados en Tótem y tabú (1913) en particular sobre la propensión a matar que existe en los comienzos de la humanidad: "El hombre primitivo no experimenta el menor escrúpulo ni la menor duda con respecto a causar la muerte; mata de buena gana y lo más naturalmente del mundo". De nuevo, Freud no extrae las consecuencias pulsionales de este dato antropológico, lo que llama especialmente la atención ya que establece por otra parte que nuestro inconsciente está animado por el reprimido originario. De hecho, esta paradoja del pensamiento freudiano a propósito de la agresividad es una constante: en sus escritos más bien sociológicos así como en sus estudios clínicos, Freud reconoce una agresividad natural y fundamental del hombre, mientras que la escotomiza totalmente en la conceptualización metapsicológica.

En 1920, Freud introduce el concepto de pulsión de muerte en Más allá del principio del placer. Laplanche, en Vida y muerte en psicoanálisis, escribe las palabras exactas para calificar esta publicación: "... el texto más fascinante y más desconcertante de la obra freudiana. Freud jamás se ha mostrado tan libre y tan osado como en este gran fresco metapsicológico, metafísico y metabiológico". En efecto, Freud presenta la pulsión de muerte como una exigencia especulativa partiendo más de consideraciones biológicas y de observaciones referidas a la filosofía de la naturaleza que a la teoría de los conflictos neuróticos. Pero no nos engañemos, la introducción a la pulsión de muerte se inscribe en un contexto muy preciso de la evolución del pensamiento freudiano que es conveniente recordar: "en el transcurso de los años 20". Primero, Freud tiene problemas personales: su cáncer, la muerte de su hija Sophie. Y después, a partir de 1915, van surgiendo preguntas cada vez más apremiantes desde el punto de vista clínico y metapsicológico: ¿Cuál es el sentido del fenómeno de la compulsión de repetir tal como se observa en los sueños recurrentes de la neurosis traumática, en los juegos de niños (juego de la bobina), en la reiteración de experiencias dolorosas en la transferencia?¿A qué principio económico obedece esta compulsión de repetir que, manifiestamente, no tiene nada que ver con el principio de placer, es decir, con la búsqueda del placer y la evitación del dolor? ¿El origen primero del odio reside verdaderamente en las pulsiones de autoconservación y su objeto-fin es efectivamente la supervivencia del yo y su afirmación? ¿Cómo comprender la ambivalencia, la culpabilidad, el masoquismo, el sadismo (en particular el sadismo primario postulado en 1915), la reacción terapéutica negativa y, de manera general, las tendencias destructoras o autodestructoras que aparecen en el contexto nosológico del duelo, de la melancolía, de la neurosis obsesiva, de las perversiones?

El concepto de pulsión de muerte provoca reticencias en la mayor parte de los alumnos y colegas de Freud, a parte quizás de Ferenczi, Eitington, Alexander y Jones. Pero Freud mantiene este concepto hasta el final de su vida y lo desarrolla en numerosas publicaciones, especialmente en: El yo y el ello (1923), El problema económico del masoquismo (1924), Inhibición síntoma y angustia (1926), El malestar de la cultura (1930), Las nuevas conferencias (1932) y Compendio del psicoanálisis (1938).

He aquí, resumido en seis puntos, lo que connota el concepto de pulsión de muerte en los veinte últimos años de la vida de Freud: 1) la tendencia fundamental de todo organismo vivo a volver al estado inorgánico 2) la tendencia intrínseca a la reducción de tensiones 3) la tendencia al "retorno a un estado anterior" 4) la tendencia primaria a la autodestrucción 5) la introducción de la pulsión de vida 6) la introducción de la segunda tópica. Volvamos sobre cada uno de esos puntos:

  1. La tendencia fundamental de todo organismo vivo a volver al estado inorgánico desborda el campo psicológico e incluso el campo biológico para erigirse en una fuerza cósmica que busca irremediablemente reconducir lo más organizado a lo menos organizado, lo vital a lo inanimado.
  2. La tendencia intrínseca a la reducción de tensiones se hace: ya sea, a un nivel mínimo, es "el principio de constancia" que Freud había introducido en su Proyecto de psicología científica en 1895; ya sea, a cero, es "el principio de Nirvana", sinónimo de reposo absoluto o de muerte.
  3. La tendencia al "retorno a un estado anterior" constituye una característica esencial de la noción freudiana de pulsión. En efecto, a partir de "Tres ensayos", Freud postula que "el origen de la pulsión se encuentra en las excitaciones somáticas y su fin consiste en el apaciguamiento de estas"; la definición de la pulsión está pues centrada sobre el control y la disminución de la "cantidad de excitación", sobre la descarga homeostática de las tensiones, lo que implica precisamente el retorno a un estado anterior. A partir de ahí, se imponen dos deducciones importantes: primero, la pulsión de muerte es una auténtica pulsión, al contrario de lo que piensan aún hoy muchos psicoanalistas; segundo, la pulsión de muerte es incluso "lo que hay de más pulsional en toda pulsión" (Laplanche), el principio intrínseco de la pulsión, el fin en sí del esquema pulsional.
  4. La tendencia primaria a la autodestrucción tiene como corolario la aniquilación de sí. No es más que en un segundo tiempo, bajo la influencia de la libido narcisista, cuando la pulsión de autodestrucción se orienta hacia el mundo exterior y se convierte en pulsión de destrucción. Así pues, la pulsión de muerte establece la primacía de la autoagresividad sobre la aloagresividad y del masoquismo sobre el sadismo. En cuanto a la pulsión de muerte que se reorienta de la persona hacia los objetos, Freud la denomina a su vez: pulsión de destrucción, pulsión de agresión, pulsión de dominio, voluntad de poder, pulsión sádica. De todas formas hay que decir que la pulsión de destrucción y la pulsión de agresión tienen fines diferentes: la pulsión de destrucción pretende la aniquilación del otro mientras que la pulsión de agresión pretende su dominación; si el fin de la pulsión de agresión es inhibido, este puede ponerse al servicio de las pulsiones de autoconservación y de la pulsión de vida (sería esa una indicación de la sublimación de las pulsiones agresivas para Freud).
  5. La introducción de la pulsión de vida es necesaria para mantener en su sitio la piedra angular freudiana del dualismo pulsional: "Si no se quiere abandonar la hipótesis de las pulsiones de muerte, es preciso asociarles, desde el principio, las pulsiones de vida". Sin embargo la pulsión de vida plantea un problema a Freud, pues, al no implicar el retorno a un estado anterior, no satisface al principio intrínseco de toda pulsión. A este problema, Freud no le encuentra solución metapsicológica, ni tampoco biológica, pero recurre a una explicación mitológica extraída del Banquete de Platón: la cópula tiende a reconstituir la unidad sexual de seres originalmente andróginos. Así, a través de las pulsiones sexuales, la pulsión de vida derivaría también "de la necesidad de reinstaurar un estado anterior" (Más allá del principio de placer). Este deslizamiento de lo metapsicológico a lo mitológico no molesta para nada a Freud por que: "La teoría de las pulsiones es por así decir nuestra mitología. Las pulsiones son seres míticos, grandiosos en su indeterminación" ("Nuevas conferencias", 1932). La auténtica respuesta metapsicológica a este problema reside en la noción de pulsión de muerte-de vida de Fanti de la que hablaré más tarde.
    El dualismo pulsión de muerte (Thanatos) – pulsión de vida (Eros) es considerado como la tercera y última teoría de las pulsiones de Freud. Mientras que la pulsión de muerte tiende a desunir y a destruir las entidades vitales hasta lo inorgánico y la muerte, la pulsión de vida (que engloba las pulsiones sexuales, las pulsiones de autoconservación y la libido narcisista) tiende a unir, a formar y a mantener las entidades vitales siempre más grandes, más complejas y más ricas energéticamente. Estos dos grandes principios pulsionales, que se oponen el uno al otro, Freud los sitúa en la base de los fenómenos vitales y los ve en funcionamiento ya en la célula (anabolismo-catabolismo) e incluso en la materia (atracción-repulsión). Pero, aunque tengan fines radicalmente opuestos, la pulsión de muerte y la pulsión de vida aparecen siempre combinadas, mezcladas en proporciones variables, en dialéctica a veces muy sutil en la vida de una persona como en su neurosis. Para traducir este hecho, Laplanche y Pontalis utilizan la pareja "unión-desunión" más bien que el de "intricación-desintricación" propuesto por la Comisión lingüística de la Sociedad psicoanalítica de París en 1927. Como lo subraya Freud en sus "Nuevas conferencias" (1933), el prototipo de la compleja unión-desunión de las pulsiones de vida y de las pulsiones de muerte es el sadomasoquismo, pero "todas las mociones pulsionales que se pueden estudiar son mezclas de estas dos clases de pulsiones". Si la unión es el efecto de la pulsión de vida en general, son las pulsiones sexuales y la variedad de sus fines quienes le dan su diversidad. En cuanto a la desunión, es el efecto de la pulsión de muerte y de las pulsiones de destrucción que tienden a romper los lazos con la sexualidad y a establecer el reino de la monotonía, de la uniformidad.
  6. La segunda tópica articula el ello, el yo y el superyó alrededor de los dos grandes ejes de la pulsión de muerte y de la pulsión de vida: "Toda la energía disponible del Eros, que denominaremos en adelante libido, se encuentra en el yo-ello todavía indiferenciada y sirve para neutralizar las tendencias destructoras que están ahí también presentes". (Compendio del psicoanálisis, 1938). Esta tópica de las instancias se presta más para explicar mejor al hombre, su ontogénesis, su psicosomática. El ello, abierto hacia lo somático, es la instancia de las pulsiones primarias y de su energía todavía no especifica; generador del yo y del superyó, el ello está en interacción permanente con ellos. El yo constituye la instancia mediadora, de unión entre las exigencias pulsionales del ello, las prohibiciones más o menos severas del ello, las contingencias del cuerpo y de la realidad exterior; así pues el yo tiene un papel globalmente defensivo y trata de mantener la unidad psicofisiológica de la persona; más concretamente, el yo pone en marcha mecanismos de defensa que tienen por fin regular la economía de los deseos inconscientes y de su realización así como solucionar la angustia y la culpabilidad ligadas a ellos. En cuanto al superyó resultado de la idealización de las identificaciones ontogenéticas sobre la base de los tabúes filogenéticos, funciona como instancia moral y asegura el control de las reivindicaciones del ello y del yo.

A partir de ahí, Freud reformula su nosología psíquica que resume así en un corto artículo titulado Neurosis y psicosis, publicado en 1924: "las psiconeurosis resultan de un conflicto entre el yo y el ello; las neurosis narcisistas, como la melancolía, de un conflicto entre el yo y el superyó; y las psicosis, de un conflicto entre el ello-yo y la realidad exterior".Pero, desde luego, la segunda tópica habría sido el contexto ideal para hacer una definición ontogenética de las pulsiones agresivas y una explicación de su relación con las pulsiones sexuales.
Como conclusión de esta primera parte, yo diría que la introducción de los conceptos de pulsión de muerte y de pulsión de vida refuerzan dos puntos clave de la metapsicología freudiana: la fuente invariablemente somática (biológica) de la pulsión y el dualismo pulsional. Pero subsisten importantes cuestiones, por ejemplo: ¿cuáles son las relaciones en cuanto al origen y la interacción entre la pulsión de muerte y la pulsión de vida, en particular entre la pulsión de muerte y la pulsión sexual y sobre todo la libido narcisista?
Como dije precedentemente, pocos psicoanalistas contemporáneos de Freud compartieron sus puntos de vista sobre la pulsión de muerte. Todavía hoy la noción de pulsión de muerte y las implicaciones que comporta dividen a los psicoanalistas freudianos esquemáticamente en tres tendencias:

  1. Aquellos para los que el concepto de pulsión de muerte no tiene utilidad ninguna, ni metapsicológica ni clínica; se trata de un concepto negativo, desexualizante, que encierra en un "mito" todo aquello que es regresivo y destructor. Esta es la posición de Guillaumin, Bergeret, Rosolato...
  2. Aquellos para los que la pulsión de muerte es una auténtica pulsión teniendo como antagonista simétrica la pulsión de vida. Se inscriben en esta tendencia: Pasche, Le Guen, Laplanche, Fanti...
  3. Aquellos para los que la pulsión de muerte es un principio fundador que genera la vuelta inexorable a lo inorgánico, vuelta casi siempre silenciosa pero que puede explotar en neurosis de tipo obsesivo, en depresiones y duelos graves, etc. Forman parte de este movimiento: Pontalis, Green...

En lo que respecta a la agresividad, no se puede decir que el concepto de la pulsión de muerte y su elaboración hayan llevado a Freud al reconocimiento metapsicológico de una pulsión agresiva de la misma forma que la pulsión sexual. Pero la explicación de la pulsión de muerte como pulsión de autodestrucción primaria que se desdobla en pulsiones de destrucción, de agresión y en pulsiones sadomasoquistas, ha abierto considerablemente el campo de la investigación sobre la agresividad y ha ampliado el método psicoanalítico a patologías hasta entonces consideradas como no analizables. De todas formas, la controversia concerniente al reconocimiento del estatuto de pulsión a las pulsiones agresivas ha continuado después de Freud y persiste hoy día en los psicoanalistas freudianos. Este será el tema de la segunda parte de esta exposición.
Todavía una reflexión más para terminar esta primera parte: ¿de la misma manera que a Breuer le dio miedo la sexualidad infantil, le daría miedo a Freud la agresividad infantil y, por tanto, algunas vivencias y algunos deseos agresivos ontofilogenéticos suyos? Decir que el niño, el niño pequeño, el recién nacido (y, porque no, el feto) es un polimorfo homicida y perverso, es inaceptable, y quizás, sobre todo hoy.

III. La agresividad para los psicoanalistas freudianos

Citaré algunos ejemplos entre los contemporáneos de Freud y entre los representantes más conocidos del psicoanálisis freudiano de lengua francesa. He escogido preferentemente psicoanalistas que son a la vez practicantes, clínicos y teóricos.

Entre los contemporáneos de Freud, ya he hecho alusión a Adler y a su publicación: La pulsión de agresión en la vida y en la neurosis en 1909. Para Adler, existe una primacía de la pulsión de agresión que se entiende como una moción agresiva esencialmente orientada hacia el exterior y que corresponde por lo tanto más o menos al sadismo reconocido por Freud en la misma época. El dualismo pulsional de Adler ya no opone la pulsión sexual (libido) a las demás pulsiones, sino la agresión a las pulsiones de órgano. Adler rompe así uno de los principales resortes de la metapsicología freudiana, lo que explica la tajante reacción de Freud.

En 1922 Abraham pone en evidencia en La araña los fantasmas violentos primarios que existen entre la madre y el niño. En 1924, en Historia del desarrollo de la libido, subdivide la fase oral en función de dos actividades diferentes: la succión y, con la aparición de los dientes, la necesidad de masticar, de morder; esta subdivisión dará lugar a la fase oral precoz, fusional y preambivalente, y a la fase sádica oral, ambivalente como la fase anal. Abraham aporta una precisión importante concerniente a la génesis de los deseos inconscientes; Freud había enseñado en sus "Tres ensayos" que el chupeteo se pulsionaliza, se sexualiza pasando de una actividad dirigida hacia la satisfacción de una necesidad corporal a una actividad autoerótica por introyección de la imagen del objeto satisfecho que se convierte así en fuente alucinatoria de placer.

Sabemos la importancia que tiene en Melanie Klein y sus sucesores el estudio de los fantasmas, angustias y deseos agresivos muy precoces del niño con respecto a su madre pero también con respecto a su entorno; conjuntamente a esta agresividad propia, el niño pequeño vive el miedo aterrador de ser la víctima de la agresividad de los padres. Para Melanie Klein, ese núcleo primitivo y bipolar de odio no se borra: por un lado, se integra en la libido potencializándola; por otra, da origen a las pulsiones agresivas que son sinónimas de destructividad y sadismo. En la clínica kleiniana: 1) la pulsión de muerte no es una especulación sino una realidad reconocible en sí misma, independientemente de las manifestaciones de la pulsión de vida. 2) la pulsión agresiva tiene un estatuto de pulsión, de la misma forma que la pulsión sexual y existe desde el nacimiento.

En 1924, Rank publica El traumatismo del nacimiento y lo considera la clave de todas las neurosis: la angustia neurótica repite el desvalimiento, la inseguridad total y la herida definitiva que crean la separación del cuerpo del niño del la madre y la privación de la beatitud uterina. Por supuesto, Freud no pudo aceptar esta recusación de la sexualidad infantil (en particular de Edipo) como origen de las neurosis; me gustaría señalar que en la crítica que hace de ello en Inhibición, síntoma y angustia (1924), Freud reafirma la ausencia, la no existencia representacional de la muerte en el inconsciente; volveré sobre esta extraña afirmación a propósito de los objetos inconscientes.

En 1935, Jones vuelve a describir las etapas esenciales de la teoría de las pulsiones en un artículo titulado El psicoanálisis y los instintos. Consagra un parágrafo a las pulsiones agresivas a las cuales, precisa: "podemos aplicar las palabras de combatividad, crueldad, odio, hostilidad, animosidad, deseos de muerte, etc." Según Jones, es difícil decir si el fin de una pulsión agresiva es simplemente la destrucción del objeto hacia el que está dirigida, pero de todas formas "la experiencia psicoanalítica nos enseña que la agresividad pertenece a los elementos más profundos de la naturaleza humana y señala el simple hecho conocido por todas las nodrizas, que durante los primeros meses de su existencia, el niño responde a la vida mucho más fácilmente por medio del odio que por el amor."

En 1948, Nacht estudia Las manifestaciones clínicas de la agresividad y su papel en el tratamiento psicoanalítico; él define la agresividad como la tendencia de todo ser vivo "a eliminar lo que, por su estado de excitación, así pues de tensión, perturbaría el equilibrio del organismo" ya sea "para evitar la insatisfacción como para obtener la satisfacción de las necesidades"; y concluye: "resumiendo, para vivir la agresividad se pone en marcha". Gran defensor del monismo pulsional y fiel a la tesis freudiana anterior a los años 20, Nacht ve en la agresividad el hecho común de toda moción pulsional; cambiará de opinión en 1963 en La presencia del psicoanalista y reconocerá que existe, más allá de la única pulsión de vida, fuerzas antagonistas, autodestructoras, responsables de determinados fracasos terapéuticos: "En algunos casos desconcertantes, la agresividad se manifiesta en el individuo por una masoquismo irreductible." A esas fuerzas de autodestrucción, Nacht las denominará "masoquismo primario orgánico".

En 1953, Anna Freud atribuye a la sexualidad y a la agresividad el estatuto de pulsiones fundamentales en un ensayo titulado Agresividad y desarrollo afectivo. Sus palabras son extremadamente claras: " La teoría psicoanalítica de las pulsiones reconoce, en lugar de una multiplicidad pulsional, dos pulsiones de base: la sexualidad y la agresividad: Las tendencias sexuales están al servicio de la conservación, la transmisión y de la vida; las pulsiones agresivas tienen un fin inverso, es decir, la disolución de los lazos y la destrucción."

En 1961, Lagache repasa los diferentes sentidos mezclados que abarca la noción de agresividad en una publicación referente a la Situación de la agresividad; deduce que "una teoría de la agresividad en el hombre no puede ser más que una teoría del sadomasoquismo, poniendo el acento en las relaciones de dominación-sumisión." Lagache estudia sucesivamente "la posición narcisista masoquista" que se podría también llamar "egoísmo pasivo" o "dependencia" y que corresponde a la fase oral precoz, después "la posición narcisista sádica" que se refiere a la fase oral-sádica y a la fase anal-sádica. En cuanto a la relación entre agresividad y pulsión de muerte, "las preferencias del autor son las de un masoquismo primitivo o, si no, primario, pasivo y no activo, ligado a la dependencia pasiva del niño y al principio de constancia."

En 1970, Laplanche diferencia el sadomasoquismo de la agresividad en el excelente libro del que ya he hablado Vida y muerte en psicoanálisis: "así pues reservamos los términos de sádico (sadismo), masoquista (masoquismo) para las tendencias, actividades, fantasmas, etc., que comportan necesariamente, ya sea de manera consciente o inconsciente, un elemento de excitación o de placer sexual. Por eso los distinguiremos de la noción de agresividad (auto o hetero agresividad), la que será considerada como de esencia no sexual". En un artículo que data de 1986 consagrado a "La pulsión de muerte en la teoría de la pulsión sexual", Laplanche reafirma el monismo pulsional, considera la pulsión sexual como "única auténtica pulsión" y distingue en el seno de esta: una "pulsión sexual de vida" y una "pulsión sexual de muerte".

En 1972, Lebovici y Dialkine firman un texto titulado: ¿La agresión es un concepto metapsicológico? Este estudio basado en la clínica, estudia la agresividad en los fantasmas sádicos, el Edipo precoz (pregenitalidad), los síntomas fóbicos y obsesivos, la depresión y la perversión. Sacan la conclusión siguiente: " En resumen, hay que entender: 1) como agresión lo que es su elaboración en el funcionamiento del yo; 2) como agresividad lo que es del destino del instinto de muerte, que no puede entenderse más que por referencia al conjunto de la metapsicología freudiana al que este instinto pertenece necesariamente, si se tiene en cuenta que está indisociablemente ligado al narcisismo y a las dificultades de la unión y de la carga objetal".

En 1984, Bergeret publica La violencia fundamental que retoma y explica la hipótesis de Freud concerniente a la pulsión de dominio: en 1981, Bergeret había el mismo resumido sus investigaciones sobre la violencia fundamental en la Revista francesa de psicoanálisis; cito lo resumido in extenso pues analiza de manera muy reveladora la problemática freudiana de la agresividad:

"Como conclusión de todas esas observaciones, aunque la agresividad no pueda constituir una pulsión, me ha parecido posible precisar cuatro niveles de diferencia entre la noción de agresividad tal como la concibe la teoría psicoanalítica y la noción de violencia fundamental tal como yo sostengo la hipótesis:

  1. La agresividad pretende dañar el objeto, eventualmente destruirlo. La violencia fundamental se interesa ante todo por el sujeto, por su conservación. La suerte del objeto aparece como muy secundaria.
  2. La agresividad está considerada en sus casualidades de unión y de desunión con la libido, es decir, según los grados de éxito de la ambivalencia afectiva. La violencia fundamental no tiene aún en cuenta la ambivalencia; no connota ni amor ni odio; se sitúa como preambivalente.
  3. A partir de 1920 se considera que agresividad (bajo sus diferentes formas) depende de la pulsión de muerte, entidad muy compleja. La violencia fundamental estaría en relación primitivamente al contrario con los instintos de vida.
  4. La agresividad no puede ser entendida, según Freud más que en su unión con la sexualidad, así pues en un sentido sincrónico y en sintonía. La violencia fundamental se considera que asegura (en un sentido diacrónico) un apoyo dinámico utilizable en beneficio de la sexualidad."

Como conclusión de esta segunda parte, subrayaría primero el hecho de que, entre los sucesores directos de Freud, solamente Melanie Klein y Ana Freud han reconocido plenamente la autenticidad de las pulsiones agresivas y admitido sin reserva su cualidad pulsional igual que la de las pulsiones sexuales. Confesaría después mi asombro de ver perdurar en la metapsicología freudiana la elusión, la renegación de la pulsión agresiva o, al menos, la imprecisión y las argucias que ocasiona mientras que sus descripciones y los estudios clínicos hacen uso de ella de manera casi rutinaria. ¿No tendría la metapsicología el derecho de evolucionar científicamente y de experimentar, de redefinir y de modelizar parámetros conceptuales en la categoría de los conceptos de base? Por ejemplo, volviendo sobre el resumen de Bergeret: suponiendo que el fin de la agresividad sea únicamente el buscar y destruir al otro o uno mismo, ¿por qué tendría necesidad del apoyo de la sexualidad para ser reconocida como pulsión? ¿Por qué la agresividad no procedería también de la pulsión de vida y no tendría igualmente (y a veces exclusivamente) por fin la defensa de la integridad de la persona, su supervivencia? ¿Por qué la agresividad debería estar necesariamente junto con la libido, conjugar amor y odio, sadismo y masoquismo?
El análisis de Edipo, cuando puede hacerse en profundidad (muy en profundidad), responde perfectamente a esas tres preguntas y de acuerdo por otro lado a la tragedia de Sófocles: los deseos homicidas edípicos son primarios, motivados primero y ante todo por la supervivencia que no implica en sí ni placer sexual, ni amor, ni odio, ni sadismo, ni masoquismo. Finalmente, ¿por qué no se podría considerar la violencia fundamental, sinónima de necesidad originaria de vivir, como una pulsión o, por lo menos, como una prepulsión que tiene ya sus representante-representaciones propios?

De hecho, lo que ha faltado y lo que falta aún a la metapsicología freudiana, es una definición de la estructura del inconsciente. No estando las representaciones y sobre todo los afectos claramente establecidos como unidades estructurales, y no estando especificada su naturaleza, se necesitan nociones imprecisas como la de "subestructuras inconscientes" o conceptos que se prestan a confusión como el de "formaciones inconscientes". Esta falta de claridad hace que la teoría de las pulsiones resulte defectuosa, en particular en lo que se refiere al apoyo pulsional a partir de lo somático (biológico).

III. Las bases de una teoría psicoanalítica de la agresividad en la obra de Fanti

Fanti ha llenado esta falta y ha resuelto esta falta de claridad explicando la estructura del inconsciente en L’homme en micropsychanalyse (1981) y en el Dictionnaire pratique de la psychanalyse et de la micropsychanalyse (en colaboración con P. Codoni y D. Lysek, 1983). El hombre y, por lo tanto, su inconsciente están contemplados en un modelo global llamado "Organización energética del vacío" y reposando en un importante estudio de la sobredeterminación. La estructura del inconsciente comprende dos componentes o parámetros: el vacío y la energía. El vacío en continuo infinito, es el soporte de la energía; soporte no pasivo, no inerte, el vacío constituye la matriz de la energía: matriz en el sentido común de "molde que, después de haber recibido una determinada huella, permite reproducirla" (Petit Robert), pero igualmente en el sentido activo dado por Fanti de "vacío creador". La energía, que proviene del ello, comprende la energía libre, en constantes desplazamientos y cambios, y las representaciones y los afectos que forman las unidades estructurales del inconsciente; las representaciones son entidades energéticas que transportan las informaciones más bien cualitativas de las experiencias o de las vivencias copulsionales filo y ontogenéticas; los afectos son entidades energéticas que transportan las informaciones más bien cuantitativas de experiencias y de vivencias copulsionales filo y ontogenéticas.

Formulada así, la estructura del inconsciente lleva a Fanti a extraer consecuencias metapsicológicas muy importantes, entre ellas esta. La dinámica, es decir las pulsiones, proviene de la estructura, más concretamente de una incompatibilidad estructural intrínseca. Existe en efecto una incompatibilidad entre el vacío continuo que tiene una tensión nula y la energía cuya organización es discontinua y supone siempre una cierta tensión. A partir de esta incompatibilidad estructural fundamental, Fanti redefine el principio de constancia de Freud y el principio de Nirvana en "principio de constancia del vacío": cada nivel de organización energética del vacío, en particular cada nivel de estructuración inconsciente, tiende intrínsecamente a volver hacia el estado de tensión nula que caracteriza el vacío constitutivo y su continuo. El principio de constancia del vacío postula pues ipso ipso la pulsión de muerte entendida como "propensión a volver al vacío" que, por su parte y desde un determinado grado de vacío, moviliza la pulsión de vida entendida como "propensión a escapar del vacío".
La incompatibilidad estructural da así nacimiento a dos fuerzas conjuntas, a dos pulsiones en unión-desunión constantes: la pulsión de muerte y la pulsión de vida que Fanti coordina en "pulsión de muerte-de vida". Esto es algo novedoso y soluciona bien los problemas metapsicológicos. La pulsión de muerte ya no es una especulación metabiológica sino que procede de la estructura, de la incompatibilidad vacío-energía en todos los niveles de organización psicobiológica. La cuestión del estatuto pulsional de la pulsión de vida freudiana ya no se plantea ya que esta está sinérgicamente implicada en el movimiento de "vuelta a un estado anterior" de la pulsión de muerte. La pulsión de muerte-de vida forma en efecto una sinergia pulsional en la que el componente de muerte expresa la propensión a la desunión, al desenlace, a la desestructuración de la energía, mientras que el componente de vida subraya la propensión a la unión, al enlace, a la estructuración de la energía: a partir de un determinado grado de vacío o de un determinado umbral de desestructuración creado por el componente de muerte de la pulsión de muerte-de vida, esta hace rebotar el componente de vida que activa la estructuración energética. La pulsión de vida es en cierta manera el freno motor de la pulsión de muerte. Así se explica el fenómeno de la repetición el cual constituía el punto de partida de las preguntas freudianas en Más allá del principio del placer. La mecánica intrínseca de la repetición es inherente a la sinergia de la pulsión de muerte-de vida: la propensión a volver al vacío lleva, a partir de un determinado grado de vacío, a la propensión a estructurar la energía que, a partir de un determinado umbral de estructuración, lleva de nuevo a la primera... y así sucesivamente.
La pulsión de muerte-de vida forma, a partir del ello, las raíces y el tronco pulsional. A sus prolongaciones y ramificaciones a nivel de las entidades psicobiológicas, Fanti las denomina "copulsiones" que son las unidades motrices de las entidades psíquicas y somáticas, las fuerzas en juego entre estas entidades así como entre ellas y el mundo exterior. Según la estructuración ontogenética, entran en función entidades psicobiológicas, copulsiones agresivas y sexuales específicas. Alimentadas en permanencia por la pulsión de muerte-de vida, las copulsiones conservan las propensiones de vuelta-escape del vacío, es decir, las tendencias a la desestructuración así como a la estructuración de la energía.

En lo que respecta a la agresividad, Fanti la define como una actividad cuyas entidades psicobiológicas y las copulsiones específicas concurren a la auto o a la hetero destrucción/conservación. Fanti distingue tres copulsiones agresivas específicas:

  1. La copulsión de destrucción: modalidad copulsional ligada al componente de muerte de la pulsión de muerte-de vida, es ante todo autodestructora y tiende a la supresión de la fuente copulsional o del objeto interno.
  2. La copulsión de conservación: modalidad copulsional esencialmente ligada al componente de vida de la pulsión de muerte-de vida, así pues es ante todo autoconservadora y tiende a la salvaguarda de la fuente copulsional o del objeto interno frente a las amenazas de un objeto externo.
  3. La copulsión de agresión: modalidad compuesta de las copulsiones de destrucción y de conservación al servicio de la sexualidad por medio de un objeto externo.

A propósito de la relación agresividad-sexualidad, Fanti subraya el hecho de que no se pueden separar estas dos actividades ni ontogenéticamente ni filogenéticamente. La agresividad es más primaria que la sexualidad ya que procede directamente de la dinámica intrínseca de la organización energética del vacío. Pero la agresividad nutre energéticamente y copulsionalmente a la sexualidad la que asegura por su parte la descarga copulsional más adecuada económicamente. La conjunción de las pulsiones agresivas y sexuales se ilustra de manera particularmente evidente en el sadomasoquismo que Fanti describe como un conjunto siempre intrincado.

Como conclusión de esta tercera parte, yo diría que la definición clara de la estructura del inconsciente que lleva a una redefinición precisa de las pulsiones, conduce a Fanti a establecer las bases coherentes de una teoría psicoanalítica de la agresividad. Subsiste un interrogante en cuanto al origen primario de la agresividad dado que, más allá de las representaciones-afectos y de la energía libre, el modelo de la organización energética del vacío deja de ser metapsicológico y tiende metafísico.

IV. La especificidad de la pulsión agresiva partiendo del modelo de los objetos inconscientes

La elaboración clínica y metapsicobiológica del modelo estructuro-pulsional de Fanti me ha permitido "poner orden" en la gran confusión que reina en psicoanálisis en torno a la noción de objeto, definir los objetos inconscientes y los objetos preconscientes mostrando como los primeros alimentan los segundos para hacernos vivir y como el trabajo de análisis consiste en una puesta en ecuación progresiva de los segundos para llegar a los primeros. En mi artículo sobre "el sueño" (Micropsychanalyse 1994), presento los objetos inconscientes como los componentes estructurales auténticamente funcionales y operantes del inconscientes en lo psíquico y en lo psicobiológico. Las representaciones y los afectos son las unidades estructurales constitutivas de los objetos inconscientes, pero no tienen aún la complejidad informativa ni la compacidad operativa para ser explicativos de los mecanismos eficientes del inconsciente y de un proyecto pulsional que conduzca a los deseos y a los mecanismos de defensa. Un objeto inconsciente se entiende como un complejo de representaciones-afectos que se estructura por proyecciones-identificaciones-represiones alrededor de un núcleo de origen filogenético y reactivado a lo largo de la ontogénesis. Así pues, los objetos inconscientes son específicos de un momento o de una fase del desarrollo agresivo-sexual y transportan, en sus representaciones y afectos constitutivos, las informaciones de la vivencia agresiva o sexual que a sido interiorizada. Se puede pues considerar, y la práctica lo confirma, que existen objetos inconscientes agresivos y sexuales, específicos de tal o cual vivencia útero-infantil.
Las fuerzas en juego entre los objetos inconscientes así como entre estos y los objetos preconscientes, el cuerpo o el mundo exterior son las pulsiones (copulsiones). Un objeto inconsciente activado, es decir, cargado energéticamente o sometido a tensión, se desactiva generando pulsiones que aseguran su descarga. El conjunto específico de las pulsiones agresivas o sexuales movilizadas por un objeto inconsciente activado para desactivarse constituye precisamente el deseo específico agresivo o sexual. La activación de los objetos inconscientes tiene lugar permanentemente en el inconsciente 1) por carga masiva a lo largo de los desplazamientos-condensaciones de la energía libre transportando informaciones representacionales y afectivas 2)por proyecciones-identificaciones-represiones entre objetos inconscientes. (A lo largo de la ontogénesis que, según Freud, va hasta la gran represión que marca el final de la fase fálica, el inconsciente es un sistema abierto o no saturado y las proyecciones-identificaciones-represiones se hacen igualmente entre los objetos inconscientes en estructuración y el mundo psicomaterial exterior, en particular la madre.) Pero la activación se produce sobre todo a lo largo del sueño, en particular del sueño paradójico en la que se potencia y acelera; el resultado, lo conocemos, es el sueño.
Los objetos inconscientes dan a la pulsión agresiva un auténtico estatuto de pulsión. En efecto, aseguran las dos condiciones principales que requiere la noción freudiana de pulsión:

  1. De acuerdo con la pulsión sexual, única pulsión auténtica hasta 1920), una pulsión tiene como base ontogenética el cuerpo, es decir las excitaciones, tensiones, necesidades o placeres orgánicos y supone pues su introyección para dar cuenta del polo psíquico: ahora bien, los objetos inconscientes son el lugar mnemónico de las interiorizaciones no solamente de las necesidades fundamentales y de las grandes funciones biológicas sino de todas las vivencias, de todas las experiencias internas externas, psíquicas y somáticas.
  2. De acuerdo con la pulsión de muerte, la noción de pulsión supone a partir de 1 920 una dinámica intrínseca de vuelta a un estado anterior; ahora bien, los objetos inconscientes están continuamente activándose y, a partir de un determinado umbral, desactivándose, es decir volviendo a un estado anterior repitiendo vivencias interiorizadas y realizando deseos agresivos y sexuales útero-infantiles (en cada instante de la vida y sobre todo durante el dormir-soñar).

Así, este modelo simple, pero explicativo de la complejidad estructural y de la dinámica del inconsciente permite visualizar objetos inconscientes agresivos y sexuales específicos de una vivencia útero-infantil, a los cuales corresponden pulsiones agresivas y sexuales específicas que dan origen a los deseos agresivos y sexuales específicos.
Además, los objetos inconscientes dan un auténtico estatuto de pulsión a la pulsión de muerte. Por otra parte, ¿cómo una vivencia tan importante como la muerte, que se sitúa en el corazón del viviente y está presente desde nuestra fecundación, no tendría su inscripción representacional y afectiva en los objetos inconscientes? Esa es otra escotomización, otra paradoja freudiana que se prolonga en numerosos psicoanalistas actuales. He aquí lo que dice Freud en 1924 en Inhibición, síntoma y angustia: "En el inconsciente no hay nada que pueda dar un contenido a nuestro concepto de destrucción de la vida... Esto es por lo que yo mantengo firmemente la idea que la angustia de muerte debe de ser concebida como análoga a la angustia de castración." Por lo menos, las sesiones de larga duración desvelan que el problema de la muerte y, más específicamente, la angustia de muerte es la motivación profunda de todo psicoanálisis.
Ahora voy a pasar revista a las fases de desarrollo ontogenético para poner en evidencia la o las pulsiones agresivas específicas:

  1. En la fase fálica, la pulsión agresiva específica es la pulsión de homicidio que vale tanto para Edipo como para la castración. A propósito de Edipo, Se ha cogido la costumbre en psicoanálisis de distinguir el polo homicidio (odio) y el polo incestuoso (amor), sabiendo por la práctica que la violencia incestuosa puede ser homicida y que la intensidad fusional inherente al incesto no se realiza más que en la muerte. Por otra parte, en la tragedia de Sófocles, se trata ante todo de pulsión de homicidio, de parricidio y de infanticidio; en efecto, en el oráculo inicial que consulta Layo a propósito del nacimiento de Edipo, se trata únicamente de las intenciones de Edipo de matar a sus padres, intenciones que llevan consigo la decisión de los padres de matar a su hijo recién nacido; en lo que se refiere a los deseos infanticidas de los padres, es interesante destacar que Sófocles los atribuye primero, según las afirmaciones de Yocasta, a Layo; solamente es al final de sus "pesquisas policiales", que Edipo conoce gracias al criado que reencuentra que fue la misma Yocasta la que había dado la orden de matar al niño. Así pues, el oráculo inicial no hace ninguna alusión al incesto. La ineludibilidad del incesto se desvelará más tarde, a lo largo del segundo oráculo que Edipo consulta después de malos sueños repetitivos. Veamos también, a propósito del incesto, que no existe relación de causalidad en Sófocles entre el homicidio y el incesto: Edipo no mata al padre para poseer a la madre, lo mata porque ese padre se muestra arrogante, despreciativo. Pro último, recordemos que la tragedia se termina con la muerte de Yocasta, matricidio apenas camuflado en suicidio, y por Edipo que se revienta los ojos en un último intento de conjurar su compulsión de matar. En esta sangrienta historia de homicidios, en esta lucha encarnizada por el poder, la madre es el personaje clave: madre infanticida, muerta por su hijo-rey incestuoso; este lazo nuclear Edipo-madre explica que a lo largo de un análisis la elaboración de Edipo conduce de una forma bastante directa a la madre primaria (oral e iniciática), "saltando" la fase anal (salto comprensible dado que la agresividad masiva de la fase anal sufre una represión drástica).
    Así pues, Edipo es un complejo que en el analista debe de orientarse muy bien y "limpiar" las múltiples facetas, tan desconcertantes a veces que Edipo positivo puede tomar rasgos de Edipo negativo. Esta es la razón por la que yo prefiero hablar de polo materno y de polo paterno de Edipo, dándoles sus calificativos respectivos más que de polo incestuoso y de polo homicidio. La pulsión de homicidio vale igualmente para la castración. Como Edipo, la castración es un complejo que abarca el conjunto castración fálica-castración primaria. Ustedes habrán sin duda notado a lo largo de la práctica la extrañeza siguiente: la intervención nuclear de Edipo cataliza la elaboración amplia y detallada de los dos polos edípicos pero sobre todo tiene poco impacto en lo que respecta a la castración fálica; es cierto que aparecen temas específicos, por ejemplo: la circuncisión, la regla, determinados problemas sexuales (impotencia, eyaculación precoz, frigidez), los accidentes, las operaciones, el dentista, el peluquero... pero estos temas que no son más que mencionados, son muy poco elaborados y se presentan por lo general en ruptura asociativa; si el analista hace una intervención sobre la castración, se da cuenta que no solamente no surte efecto sino que provoca resistencias más o menos importantes. Este hecho extraño me ha llamado la atención durante años; había llegado a pensar que Freud había tenido razón en colocar a la castración entre los fantasmas originarios; después volví a hacerme preguntas cuando el material de sesión me hizo ver que la escena primitiva y la escena de seducción eran también y sobre todo auténticas vivencias ontogenéticas, en gran parte reprimidas; al final, me di cuenta que sucedía lo mismo con la castración y comprendí porqué no se exterioriza apenas a lo largo de la elaboración de Edipo. Y es que la castración fálica se encuentra profundamente enraizada en la represión masiva de la castración primaria y sólidamente enquistada por el sistema de defensas enormemente potentes que ésta moviliza. La castración primaria se refiere a la vivencia repetitiva de ausencia de pene en la madre que el niño pequeño interioriza a lo largo de la ontogénesis (y por lo tanto probablemente ya durante la vida intrauterina). El efecto traumático de esta vivencia procede de la antinomia que introduce con respecto a lo que yo denomino "la teoría peneana" que puede explicitarse así a partir de verbalizaciones asociativas: el niño es el pene de la madre, ha sido deseado y concebido como tal, se desarrolla en el pene interno de la madre que constituye el útero, ha sido traído al mundo como un pene erigiéndose entre las piernas de la madre y comienza su desarrollo infantil en total fusión peneana con ella. Por consiguiente, si la madre, si mi madre no tiene pene, yo no existo (ya que yo soy su pene): ecuación simple y directa, ecuación existencial explicativa de miedos indecibles, de infinita angustia, de ambivalencia desesperada y de la violenta agresividad reprimidos en los objetos inconscientes ligados a la castración primaria. Así se comprende que para que la castración fálica se desenquiste y se exprese asociativamente, haya que dejar que la elaboración de Edipo continúe hasta la madre primaria, hacer de manera adecuada y en el buen momento las intervenciones sobre la teoría peneana y la castración primaria, darles tiempo para asimilarlas y esperar la repermeabilización de Edipo que desvelará entonces toda la dinámica de la fase fálica. Añado que esta repermeabilización de Edipo es la condición sine qua non para llegar de lleno a lo reprimido masivo de la fase anal y de la sinapsis narcisista-anal.
  2. En la fase anal, la pulsión agresiva específica es la pulsión de dominio que puede colorearse de sadismo o de masoquismo. En realidad, la fase anal es un inmenso bloque agresivo de supervivencia y también, por supuesto, un paso agresivo-sexual decisivo para la evolución genital de la sexualidad. En la sucesión de las fases, la fase anal tiene una posición y una incidencia determinantes en lo que se refiere al desarrollo psicosomático; es un momento biológico, afectivo relacional bisagra en el que el niño pasa del estatuto de persona potencial, inmadura y dependiente, al de persona completa, en relación objetal con el mundo. A lo largo de esta fase, se desarrolla el principio de realidad, en virtud del cual el niño de tres años sabe negociar pulsionalmente su placer-displacer con el mundo exterior, en particular, distinguir la verdad de la mentira, lo real del sueño. Todo esto supone una formidable organización, obra de la función esfintérica cuya dinámica no se limita a la zona anal sino que conciernen a todas las aberturas corporales sobre la realidad exterior (sin olvidar los órganos de los sentidos), el conjunto de las aberturas y de pasos al interior del cuerpo, la musculatura en su totalidad y, desde el punto de vista psíquico, el paso de un sistema al otro (inconsciente-preconsciente-consciente) así como de una instancia a otra (ello-yo-superyó). Réplica macroscópica de la función sináptica, la función esfintérica establece los modos de comunicación del niño, de su cuerpo y de su psiquismo con el otro, los otros, la tierra entera, el universo... Ahora bien, la función esfintérica está gobernada por la pulsión de dominio: pulsión que pretende manejar, imponerse, controlar por la fuerza un objeto cualquiera: el cuerpo, una de sus partes o de sus producciones, un pensamiento, una idea, una imagen, un sentimiento, una persona, un animal, una cosa (comida, vestidos, casa, dinero), una situación... la pulsión de dominio constituye el pivote de la pareja de opuestos control-pérdida de control cuya mecánica psicobiológica es tan potente que actúa retro y antero-activamente sobre las otras demás fases. Al servicio de las pulsiones de destrucción y de autoconservación, la pulsión de dominio alimenta el sadomasoquismo y puede conjugarse con el placer sexual o moral de hacer sufrir así como de sufrir. Una tal comprensión de la copulsión de dominio da una visualización adecuada del fenómeno obsesivo: el punto de emergencia de la obsesión, así como de la dinámica compulsiva en general, se sitúa exactamente entre el control y la pérdida de control, entre la necesidad imperiosa de ejercer su dominio y el miedo catastrófico de no poder.
  3. En la fase oral, hay que distinguir el período fusional que va desde el nacimiento hasta los 4-5 meses y el período desfusional que le sigue (correspondiendo poco más o menos a la fase sádico-oral de Abraham) y que desemboca en el momento narcisístico primario hacia los 10-12 meses.
    Durante el período fusional, el niño forma un todo con su madre y no se diferencia de ella ni somáticamente ni psíquicamente. En realidad, este conjunto niño-madre es más transformacional que fusional y vive una agresividad muy imbricada e intrincada. La pulsión agresiva específica de este período es la pulsión de aniquilación que no pretende tanto el homicidio como la aniquilación, la desintegración, la destrucción total, el reducir a nada, la tabula rasa.
    El período desfusional es un momento extremadamente crítico de la evolución del niño. Para adquirir la autonomía psíquica y somática necesaria para el narcisismo primario y después para la confrontación anal con el mundo, y para su estatus de persona por completo, el niño debe imperativamente desfusionar de su madre. Esta desfusión se hace movilizando pulsiones agresivas, en especial la pulsión de rechazo, de abandono, de devoración, de destrucción canibalística.

Daré una ilustración simple de las pulsiones agresivas específicas de las fases del desarrollo ontogenético recurriendo a tres sueños típicos que Freud estudia en La interpretación de los sueños: 1) "El sueño de confusión a causa de la desnudez" 2) "El sueño de la muerte de las personas queridas" y 3) "El sueño de examen". Como de costumbre, Freud se interesa sobre todo por los deseos sexuales infantiles y por su realización trasladados al contenido manifiesto. Pero la elaboración de estos tres sueños podría igualmente poner en evidencia la pulsión de homicidio ligada a Edipo-castración: "El sueño de confusión a causa de la desnudez", llevaría por ejemplo, a deseos incestuosos que tienen una violencia homicida o a vivencias infanticidas recordando el abandono-homicidio del pequeño Edipo en el Citerón; "El sueño de la muerte de personas queridas" revelaría deseos parricidas, patricidas, matricidas o fratricidas; "El sueño de examen" dejaría aflorar vivencias de castración fálica y primaria motivando deseos patricidas o matricidas. Y, por supuesto, el estudio asociativo de estos tres sueños permitiría llegar a vivencias de control-pérdida de control y a los deseos de dominio característicos de la fase anal, como también a vivencias y a los deseos de abandono o de aniquilación de la fase oral.

Como conclusión de esta cuarta y última parte, diría que el origen de la agresividad se confunde con el de la pulsión de muerte-de vida que reside en la incompatibilidad estructural vacío-energía. Esta incompatibilidad vacío-energía no solamente es el origen sino el motor de las pulsiones agresivas en todos los momentos determinantes del desarrollo psicobiológico del niño. La ontogénesis procede por una sucesión crítica de incompatibilidades sinónimas de empujes agresivos: la fecundación da lugar al huevo que, conservando las características del territorio ovular de la madre, contiene ya potencialidades individuales completamente nuevas e inéditas en sus exigencias: la vida intrauterina coincide con una guerra entre el todo y la parte por el todo y viceversa; el nacimiento ya sea un traumatismo o una liberación, coloca al niño inmaduro en una inseguridad y una dependencia total. La fusión es siempre ambivalente y la defusión de alto riesgo, la función esfintérica y su ley de todo o nada crean una situación de dominio, de control-pérdida de control y de sadomasoquismo que ni el amor ni el odio arreglan; la castración primaria y la escena primitiva van contra la existencia misma del niño; y para terminar, los dos polos edípicos chocan con crueles tabúes filogenéticos que los confinan en la incomprensible e intolerable necesidad-imposibilidad.